¿El pan de cada día?

En esta época de amplio relativismo moral nada está demasiado mal, nada es muy condenable salvo que se trate de lo imperdonable. Aunque en un país tan conservador como el nuestro sea muy deseable que la moral pública se liberalice en el terreno de las relaciones sociales, por ejemplo, en cuestiones como aceptar que dos personas, sean del sexo que sean, se amen y se casen y tengan los mismos derechos que todos; aceptar que la mujer tenga libertad sobre sus decisiones reproductivas en todos los aspectos (anticoncepción, maternidad, aborto); aceptar que cada pareja se ame como se le dé la gana y bajo la forma que más se acerque a su idea del amor; que nadie sea señalado por variopintas ligas de la decencia sobre cómo ejerce su sexualidad y con quién, hay aspectos de la vida pública del país que merecen ser considerados sobre un tamiz de decencia mínima de quienes ejercen la cosa pública.

En el más reciente escándalo protagonizado por miembros del Partido Acción Nacional, nos enteramos que los representantes populares del PAN organizaron una fiesta estilo moderno Calígula en la que se emborracharon, bailaron con prostitutas y convivieron con personas sobre las que pesan acusaciones penales graves por asesinato y vínculos con el crimen organizado. La primera defensa pública de los diputados del PAN cuando el asunto salió a la luz fue alegar que la fiesta había ocurrido fuera del horario laboral y que había sido un asunto privado. Es decir, que las narices del escrutinio público no tienen nada que hacer husmeando en los pormenores de su bacanal.

En este caso tampoco es cosa de constituirse en un comité de salud pública o abogar por perpetuar la idea de que haya quien esté calificado para ser censor moral del prójimo. Desde luego, en todo caso el rasero de la condena moral debería de circunscribirse únicamente a lo que, como sociedad, hemos considerado fuera de la ley. Para ser claros: creo que no debería de haber condena moral sobre quienes ejercen la prostitución de manera libre y sobre quienes de manera libre acuden a ella; creo que todo mundo tiene derecho a la fiesta y a los excesos, a la gozadera; creo que a nadie debe importarle si un diputado le es infiel a su esposa, si es un borracho, si le gusta apostar, si lee cuatro libros a la semana, si se gasta todo su salario en restaurantes caros o en contratar sexoservidoras. Todo esto pertenece a la esfera del cada quien su vida.

Sin embargo, la defensa basada en la privacidad que esgrime el PAN es una sinvergüenzada que pierde intencionalmente la dimensión de lo público. La fiesta se contrató en el marco de un acto institucional: la reunión plenaria de la fracción parlamentaria para definir la agenda política con miras al periodo ordinario de sesiones que comenzó en febrero de este año. Los gastos de viaje, alojamiento, logística y, muy probablemente, de esparcimiento, fueron sin duda alguna pagados con cargo al presupuesto de la fracción parlamentara del PAN en la Cámara de Diputados. Es decir, con dinero público.

Lo fudamental del asunto no es tanto que la pachanga panista se pague o no con dinero público sino que se da en un marco institucional. Si dos o tres o diez panistas afectos a la parranda quieren irse de putas el fin de semana, pues muy su asunto. Pero ver a panistas intercambiando bebidas, risotadas, nalgadas y condones en el marco de una actividad institucional, es otra cosa. Como ciudadanos no podemos medir a los representantes populares con nuestro mismo rasero, es decir, pensar que tienen tanto derecho como nosotros a las mieles de la fiesta, decir que no estaban haciendo nada ilegal, extenderles un salvoconducto para librar el escrutinio moral de su conducta. Cuando actúan en el marco de sus actividades institucionales, llevan una investidura, gastan el dinero que nosotros le confiamos, y representan algo más grande que ellos mismos. Por tanto, los ciudadanos de este país tenemos el derecho y la obligación de someterlos a un escrutinio más intenso, de medirlos con un estándar ético más estricto.

No debiéramos olvidar que las personas que vimos en ese video son las que le están dando forma a México.