Miguel Alemán Valdés, ¿maestro y jurista?

Por Ángel Gilberto Adame:

El 31 marzo de 2013 se celebró un acto en la Facultad que mereció especial relevancia en la página de la Dirección: “La develación (así) de la placa de la Unidad de Juicios Orales Lic. Miguel Alemán Valdés”. Además de la doctora María Leoba Castañeda, asistieron Miguel Alemán Velasco —hijo del difunto expresidente— y Alejandro Carrillo Castro.

Llamo la atención sobre esta pomposa ceremonia por diversos motivos. Uno de ellos tiene que ver con las aportaciones efectivas de Miguel Alemán al desarrollo y al crecimiento de nuestra Universidad. Si bien fue encargado de inaugurar Ciudad Universitaria, cabe recordar que este proyecto no es atribuible a su persona, ni fue financiado con su cuantioso patrimonio; sino que fue producto de años de planificación y esfuerzo pagados con la recaudación hacendaria. Adentrándome en la vida jurídica del homenajeado me pregunto: ¿Cuáles fueron sus principales contribuciones a la vida intelectual de nuestra institución? ¿Qué bibliografía avala su trayectoria profesional y docente?

O quizá deba más bien cuestionarme: ¿Cuáles son las prioridades de la Facultad de Derecho? Las autoridades parecen dispuestas a rendir pleitesía política y organizan homenajes en las instalaciones a personajes que nada tienen que ver con nuestra profesión, como Armando Manzanero y Manuel Felguérez; mientras se ausentan de las ceremonias relativas al gremio, como la presentación del último libro del doctor Jorge Alfredo Domínguez, quien con este texto está a punto de erigirse como uno de los selectos juristas mexicanos que han logrado escribir un tratado completo de Derecho Civil. O al emotivo homenaje al maestro José Barroso, quien además de ser uno de los más queridos por la comunidad, cumplió cincuenta años en la docencia.

¿Por qué Miguel Alemán merece una placa ostentosa, en tanto que Manuel Gómez Morin tiene una de plástico y con su nombre mal escrito? ¿Por qué se mantiene en el olvido, por ejemplo, a catedráticos tan importantes como Fernando Flores García, Francisco H. Ruiz, Ignacio García Téllez, Ricardo Franco Guzmán o Ernesto Flores Zavala? ¿Por qué no gozan de una placa los profesores que formaron parte de la primera generación de doctores ex-officio que nombró Justo Sierra en 1910?  ¿A qué se debe el abandono del jardín destinado a la memoria de los maestros eméritos?

Y una pregunta aún más inquietante: ¿Por qué se ‘jubiló’ al maestro emérito Néstor de Buen Lozano? Desde mi punto de vista, uno de los pilares de nuestra Facultad es su herencia docente. Con este tipo de actitudes, estamos acabando con ella.