Salto mortal: del imperio a la república

Por Alejandro Rosas:

En 1821, una vez concluida la guerra de independencia, México se organizó políticamente de acuerdo con su naturaleza histórica: si durante 5 siglos la sociedad había vivido bajo la constante del autoritarismo –la monarquía indiana y luego la monarquía española–, la forma de gobierno que adoptó el nuevo país respondió a esa tradición aunque salpicada con tintes liberales. México nació como Imperio Mexicano tomando como forma de gobierno una monarquía constitucional moderada.

Sin embargo, tres años después, violentó su naturaleza histórica; luego del fracaso del imperio de Iturbide (1822-1823)  más por su propia incapacidad para gobernar–, el Congreso eligió la República representativa, popular y federal como nueva forma de gobierno –conceptos que eran casi desconocidos en la práctica, incluso para los Constituyentes del 24.

A pesar de que Estados Unidos vio con beneplácito el establecimiento de una República afín con sus intereses, los políticos estadounidenses sabían que los mexicanos eran ajenos por completo al sistema republicano. Años antes de iniciar la guerra de independencia en México, John Adams –presidente de Estados Unidos dijo “que lo mismo podría hablarse de democracia entre bestias, pájaros y peces que entre hispanoamericanos”.

Su hijo, John Quincy Adams, también presidente escribió en sus memorias: “No he visto probabilidad alguna, ni la veo todavía, de su capacidad para establecer instituciones libres de gobierno. No es posible fomentar con su ejemplo el espíritu de orden y libertad pues carecen de los elementos primarios para constituir un gobierno de esa naturaleza. El poder arbitrario ha dejado su huella en la educación, en los hábitos y las instituciones, y la disensión civil parece resultarles connatural”.

Así de manera formal, la tradición autoritaria en el ejercicio del poder y la relación vertical entre gobernantes y gobernados, fueron transferidas a la estructura republicana. Pero los símbolos se conservaron: no es un azar que el mismo sitio de la ciudad de México que alguna vez ocuparon los tlatoanis y los virreyes, desde 1821 fuese ocupado por los gobernantes. El Palacio Nacional, con una serie de modificaciones arquitectónicas, sería el centro de gravedad y símbolo del poder para las siguientes décadas.

Los golpes de estado que comenzaron con la sucesión presidencial de 1828, las asonadas locales, la quiebra permanente de la hacienda pública y las guerras con el exterior dieron origen a un largo periodo en que la figura presidencial era débil y el Congreso inoperante.

De 1821 a 1867 –año en que triunfó la República sobre el Imperio de Maximiliano- el país tuvo más de cincuenta gobernantes y por momentos hasta dos al mismo tiempo. Estas circunstancias provocaron el surgimiento de personajes que mandaron por encima de las instituciones y las leyes. Durante todo el siglo XIX, tres hombres definieron el ejercicio del poder: Antonio López de Santa Anna, Benito Juárez y Porfirio Díaz.

Presente en la vida pública nacional de 1822 a 1855, Santa Anna recuperó y asumió la vieja tradición autoritaria, disponiendo de los destinos nacionales, con la corresponsabilidad de una sociedad que esperaba todo de él. Entre 1833 y 1855 ocupó 11 veces la silla presidencial, aunque en tiempo efectivo, fueron tan sólo 6 años, pues no gustaba de ejercer el poder –aunque su influencia y manipulación fue determinante en la designación de los presidentes de su época– sino era seducido por lo que rodeaba al poder: la lisonja, la parafernalia, el dispendio, la fama y el reconocimiento público.

Con la caída de Santa Anna (1855) y el ascenso de la generación liberal hacia la segunda mitad del siglo XIX, comenzó una nueva etapa. Benito Juárez le otorgó una dignidad al poder y a la presidencia que no se conocía hasta entonces, basada desde luego en el autoritarismo pero sustentada en la retórica del respeto a la ley.

Durante los 14 años ininterrumpidos en que gobernó (1858-1872), en diez de ellos tuvo que hacer frente a la guerra: contra los conservadores, contra la intervención francesa y contra el imperio de Maximiliano (1858-1867). Al salir victorioso de la “gran década nacional” como la llamaron los hagiógrafos del liberalismo, Juárez logró consolidar el estado-nación, establecer el proyecto liberal y permanecer en la presidencia con un equilibrio de poderes inédito en la historia hasta ese momento, etapa que fue conocida como la República Restaurada.

Con el arribo de Porfirio Díaz a la presidencia, el autoritarismo llegó a su cenit en el siglo XIX. El poder Ejecutivo transitó hacia el otro extremo del espectro político, si durante las primeras décadas del México independiente había sido evidentemente débil, hacia finales del siglo, había logrado imponerse por completo al poder Legislativo y al Judicial bajo la voluntad de un solo hombre y la sociedad renunció pasivamente a sus derechos políticos a cambio de la paz, el orden y el progreso.